Al llegar al centro lloró.
La sal que caía por sus mejillas
Le acercaba levemente
A ese mar que siempre tuvo
Y nunca escuchó
Caminó descalzo por los parques
Donde la infancia construye fuertes castillos,
Aislantes del pecado que supone crecer;
Sintiendo en la piel algo parecido
A aquella arena que un día le cubrió y apartó.
Y cuando en la ciudad,
Rodeada de gente y vacía de personas
Giraba sobre sí;
Lloraba de nuevo.
Porque aquella soledad,
era la de verdad.
Volvió,
Respirando fuerte,
Anclando sus pies bajo arena y mar,
Evitando cualquier movimiento
Que le alejase de la vida,
De aquellos colores,
Del ir y venir del blanco y azul.
Porque con una de esas olas… volvería.
Volvería aquello que tuvo, y no supo.
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