jueves, 11 de febrero de 2010

Hasta luego.


Tan continua como inevitable es esa sensación de reencuentro que sufrimos cada día con nuestro pasado.

En cada acera, en cada rincón, en esa parada del autobús, en la cola del paro… en ese lugar que nunca imaginarías; ahí te esperan, ese pasado y ese presente que desearías, con todas tus fuerzas, poder llamarlo pasado.

Y es que sucede tan a menudo… cruzamos miradas de indiferencia con aquellos que llegaron a ser grandes amigos, mientras sientes una gran sonrisa falsa en tu nuca de aquel que intento hacerte, por un momento, la vida imposible.

Es lo que ocurre en las pequeñas ciudades. Cuando consigues deshacerte del pasado y sentirte indiferente a los recuerdos que vienen y van en cada rincón de la ciudad, siempre vuelve, y la nostalgia, melancolía, o tal vez la rabia, se apodera de ti una vez más.


En ese momento, ocurre, ese hasta luego, o mejor dicho “taluego”. Esa expresión cortante que nos sirve, en incontables ocasiones, de salida de emergencia de aquello que no quieres recordar.

Una lástima que el miedo, el rencor, la rabia o la nostalgia se apodere de nosotros en cada cruce de miradas y ese “taluego” se pronuncie en tantas y tantas ocasiones.

Nos aferramos a eso que dicen de que las segundas partes nunca fueron buenas, ¿pero qué es de esa excepción que confirma la norma?

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