lunes, 1 de febrero de 2010

Toda una vida, o la ausencia de ella.

Queridos hijos:
Realmente no sé cómo empezar. A estas alturas de la vida, probablemente os estaréis preguntando qué ha sido de mí, o tal vez ni siquiera os acordéis de vuestro viejo padre; y en el fondo, no tengo de qué extrañarme. Ha pasado tanto tiempo…

La última vez que os vi aún erais unos críos y llorabais desconsoladamente al vernos partir. Lo que tal vez no sabíais era que tanto yo como vuestra madre lo hicimos todo por vosotros. En nuestro país no podíamos continuar viviendo. Trabajábamos día y noche, para recibir a cambio unas míseras monedas con las que malamente podíamos alimentaros.

Se nos presentó la oportunidad de viajar a España y no pudimos desaprovecharla, así que subimos a aquel viejo camión con plazas limitadas. El camino fue duro, pensábamos en vosotros a cada instante, creyendo que la abuela os cuidaría como sus propios hijos, pero sin desprendernos de aquel miedo que se afanaba con todas sus fuerzas a nuestro cuerpo.

Durante los cinco días de trayecto me dediqué a soñar. Deseaba llegar a nuestro destino, conseguir un trabajo, mandaros el dinero necesario para traeros con nosotros y ser, de nuevo, una familia.

Pero si algo debéis aprender, hijos míos, es que en esta vida nada es lo que parece.
Al llegar a España (ese paraíso tan deseado), nos encerraron en una gran nave sin llegar a ver el sol. Estuvimos, una vez más, trabajando día y noche, pero esta vez sin aquellas pequeñas recompensas.

Siento deciros, que en aquellas duras condiciones, vuestra madre, que por aquel momento esperaba a vuestro tercer hermano, falleció. Fue uno de los momentos más duros de mi vida, y ni siquiera os tenía a mi lado para consolaros, o tal vez, consolarme.

Conseguí escapar, y aún no sé cómo. Al fin vi el sol español, pero una vez más, la soledad se apoderó de mí.

Caminaba por las calles de la ciudad en busca de una solución a todos mis problemas, en busca de una vida. Pero nadie me escuchó.
Quizá ellos creían que no me daba cuenta por no hablar su idioma, pero hay miradas, gestos… que no necesitan explicación alguna.

¿Sabéis? Se vuelve muy difícil comenzar de cero en un lugar que no conoces, sin una sola moneda en el bolsillo, desconociendo por completo el idioma, totalmente solo, sin saber por donde empezar.

Se vuelve difícil mirar a los ojos a aquellas personas que se alejan al pasar a tu lado, que te miran con desprecio, que se creen más que uno por tener un color de piel algo más claro que el mío. Pero bueno, en el fondo he tenido suerte, nadie me ha gritado aún “sudaca de mierda”, o me han apaleado como a otros de esos “inmigrantes asquerosos”, al menos no me lo han dicho a la cara; aunque sus miradas reflejaran eso y mucho más.
Es curioso ¿verdad?, al otro lado del charco alguien como yo gobierna una Nación y es capaz de controlar casi por completo el Mundo entero. Mientras, yo, aquí, pidiendo a duras penas una oportunidad para vivir.
¿Quién decide todo esto?
Cada día siento más cercano ese refrán que dice “unos nacen con estrella, otros nacen estrellados”.
Finalmente, sin remedio alguno, terminé viviendo de la limosna, durmiendo en un pequeño portal que compartía con 4 amigos más: dos rumanos y dos españoles.

En el día a día me sentía como vosotros aquel último día en que os vi, llorando desconsoladamente bajo los cartones que pretendían alejarme del frío, sabiéndome con la certeza de que os olvidaríais de mí, mientras recordaba el rostro de vuestra madre que por momentos me alejaba de esta dura realidad. Lloré cada día, sintiéndome aquel soñador fracasado que únicamente deseaba vivir, aquel hombre que poco a poco se desvanecía con el tiempo y los duros inviernos.

Durante las horas perdidas en aquella pequeña ciudad que habitaba, pude ver cómo funcionaba todo esto. Pude descubrir la intolerancia, hipocresía y prepotencia de tantas personas, que me costaba creer que otro tipo de ser humano podía existir. Pero así es, aún quedan personas con corazón entre todo este ruido de la ciudad.
A diario solía ver a los mismos niños jugando en el parque. Sus primeras caídas, los primeros lloros, los juegos…El tiempo pasaba y se hacían mayores, y envidiaba los paseos con aquel primer amor.
Entonces, una vez más, pensaba en vosotros. Seguro que ya ha llegado el amor a vuestra casa, y con suerte tendréis una familia. Daría lo que fuera por haber estado ahí con vosotros, en cada momento.
Intenté llamaros en varias ocasiones, pero nunca obtuve respuesta alguna.
Hoy he cenado caliente, he dormido en una cama limpia, y por la mañana me esperaba un delicioso desayuno.

Así es hijos míos, siento que estos son mis últimos días de vida, o quizá el pasaporte para la vida de verdad.

Sufro de un cáncer muy avanzado, sin retroceso alguno. No tengo nada para dejaros más que el cariño que siempre he mantenido guardado para vosotros y nunca pude daros.

Escribo esta carta con la única dirección que tengo de vosotros, allí donde solíamos vivir como una familia. Tan sólo el destino decidirá qué hacer con ella.

Únicamente deciros, hijos, que siento no haberlo conseguido. Estoy seguro de que vosotros lo haréis mucho mejor.

Recordarlo: nunca os he olvidado.

Fdo: Vuestro padre.

1 comentario:

Felipe dijo...

Muy duro, pero muy cercano a la realidad que vivimos.
Es duro emigrar y duro intentar ser como los demás en un pais que ahora, despues de lo sufrido y lo vivido, ahora, ya no te quiere, ya no eres útil, solo un gasto más que hay que eliminar y todo amparado por el poder político de unos cuantos que han olvidado la historia, nuestra historia de padres que un día también se fueron a buscan comida para sus hijos, cada vez entiendo menos este pais.

un saludo; el bolu